No voy a contarte sin más los beneficios de tener una mascota (incluso los inconvenientes) ni enumerarte de forma simple y despegada todo lo que nos aporta tener de nuevo un perro en nuestra familia. Prefiero contarte cómo lo hemos nosotros aprendido.
Hace poco más de un año que nuestro perro murió (puedes leer aquí su Despedida). Pasamos el duelo (duro) queriendo que nunca nadie le sustituyera y creyendo que nunca podríamos querer a otro perro.
Aunque el único consuelo que encontraba era que había tenido una larga vida y una buena muerte, intentaba aliviar mi pesar convenciéndome de todo lo positivo que había en no tener perro: la casa estaba mucho más limpia, teníamos más tiempo y podíamos irnos el día entero fuera sin pensar en volver para sacarle o porque llevara mucho tiempo solo.
(Pero no estaba él)
Sin embargo, no estaba segura de que todo eso compensara no tener ese contacto directo y constante con los animales que tanto me gusta.
Y la sensación de estar privando a mis hijos de algo tan maravilloso.
¿Qué niño no quiere un animal? Son los ojos de adulto los que los ven como una obligación que añadir a su escaso tiempo mientras que los niños los miran como alguien a quien amar y compartir su vida.
Las mascotas aportan muchos beneficios. Enseñan respeto, amor, empatía, responsabilidad. Regalan seguridad, compañía y cariño. Incluso nos hacen ganar salud porque disminuyen el riesgo de tener alergias y nos obligan a salir de casa, a pasear aunque llueva, a ocuparnos de otro aunque estemos tristes. Y nos dan la calma de las rutinas y la estabilidad.
Así que sí, teníamos más tiempo. Pero nos faltaba tanto… que por fin un día me di cuenta de que quería un animal en mi familia.
La decisión comenzó planteando un pez, luego un hámster, tanteando un gato y, por último, un conejo (bueno, la verdad es que tendría al menos uno de cada si mi marido no pensara que no entramos más en casa).
Al principio no quería un perro. Ya tenía uno en el corazón que no era sustituible y llevaba meses prestando atención a todo lo que podía ser positivo de que ya no estuviera.
Durante este tiempo, mi pequeña me había hecho contar una y otra vez la historia de cómo enfermó y murió nuestro perro. Era una manera de entender y superar su muerte y que me ayudó mucho a mí también a procesarlo. Cuando le enseñaba fotos de animales, enseguida decía que quería cuidar uno.
Mi pequeño grande era distinto. Le costó asumirlo y no quería ni oír hablar de tener ningún animal. Él ya tenía un perro (Aún me duele recordar la foto en la que posó imaginando que estaba acariciándole a su lado).
Un día le contamos que hay perros que no tienen quién les quiera. Que viven encerrados, sin caricias con las que dormirse, sin nadie con quien jugar. Que solo desean que alguien se fije en ellos y les adopte.
Y entonces dijo que él lo haría (¿hay un corazón más noble que el de un niño?).
Todos entendimos qué animal deseábamos llevar a nuestra familia.
Sentí un flechazo al ver la foto de Arya en la página de la protectora Scooby (te dejo el enlace a su página de Facebook y también a su página de perros en adopción).
Habíamos mandado un email para preguntar por un perro que aparecía en un vídeo, temblando y con una clara evidencia de haber sido maltratado. Nos dijeron que quizás lo pasara mal y no se adaptara a nosotros al tener dos niños pequeños ya que era muy asustadizo y estaba traumatizado y nos animaron a ver las fotos en su página y a ir a visitarlos. Y tenían razón. Ser un perro cariñoso, juguetón y sin traumas no debe ser un impedimento para que te adopten…
Cuando entramos los cuatro en la protectora (era una decisión de familia por lo que era importante que los niños vinieran), supe que ese era el sitio donde quería estar. Por muy bien que los cuiden, no tienen brazos suficientes, ni sitio, ni es un hogar. Vivimos ese momento de verla, tocarla, saber que era ella y que nos la íbamos a llevar a casa con la certeza de saber que no olvidaríamos lo que estábamos viviendo.
Sin embargo, los primeros días no fueron fáciles. Había estado tiempo viendo fotos, protectoras, buscando información, deseando que llegara el momento. Y ahora me sentía un poco vacía y, sobre todo, completamente desconectada.
Cuidar de un cachorro de 5 meses y medio que esperaba a llegar a casa para hacer pis, que no hacía caso a nada, que ensuciaba todo, que me exigía tanto tiempo, que se escapaba de casa para salir detrás de nosotros… y que encima, no era mi perro.
Fue pasar el duelo de nuevo. A veces hasta la escuchaba y mi cerebro se engañaba pensando que era mi perro.
Un día mi pequeño grande me dijo que lo que más deseaba en el mundo era que pudiera ver a su perro por última vez y darle un último abrazo. Le rodeé con mis brazos llorando con una pena aún más grande al saber que él estaba sintiendo lo mismo.
Pero ella estaba ya en nuestras vidas y no se merecía que la comparáramos. Me desesperaba no estar conectada y no saber qué hacer para educarla. Y entonces tomé la mejor decisión que podría haber tenido: apuntarnos al Club Canino Baucan (enlace a su página de Facebook).
Al principio me apunté al grupo de Mentes Prodigiosas (en el que sigo y pienso seguir). Hacer habilidades con ella nos trajo la conexión que tanto necesitaba.
Después nos apuntamos al Curso el Loco Adolescente (aprendiendo obediencia, autocontrol, socialización…)
Y ahora estamos trabajando con un programa individual de modificación de conducta para poder conseguir disfrutar de ella de paseos relajados y conseguir que pierda el miedo al coche.
¿Y todo esto es necesario? Antes pensaba que no. Tuve un perro sin hacer ningún curso y fui feliz con él. Pero ahora me parece completamente imprescindible para tener un perro equilibrado, sobre todo si tienes niños pequeños. Es un poco como asistir a cursos de crianza: te dan las herramientas que te gustaría tener y que desconocías hasta que existieran.
A veces dicen cosas que te hacen reflexionar después y que me recuerdan a lo que digo en los talleres de Disciplina Positiva, como que no te tomes como algo personal la actitud de los perros (o de tus hijos), las malas actitudes no es porque tú seas un mal dueño (o un mal padre), ni lo hacen para fastidiarte.
Estoy satisfecha de haber encontrado esta visión alejada del Encantador de Perros (como lo estoy de Super Nanny). Estoy conectada con mi perra y completamente feliz de tenerla en la familia.
Hace poco han llorado, en días diferentes, echando de menos a su perro.
Pero ahora saben que la vida sigue, que pueden volver a querer, a superarlo.
Esa es otra de las cosas que nos ha enseñado su llegada: la capacidad de seguir, de volver a amar, tan importante cuando hay una ruptura o una muerte en nuestra vida.
Fargo nos enseñó que la muerte es una parte de la vida, que podemos guardar a alguien siempre en nuestro corazón. Y Arya nos ha enseñado que podemos volver a querer, a recordar sin sentir dolor y a sentir el presente.
Ellos le hacen mucho caso a ella. Mucho más que el caso que le hacían a él. Porque han aprendido la fugacidad de la vida, saben que no estará para siempre y a veces lo dicen. Disfrutan de ella siendo más conscientes de que pueden perderla.
Todos sabemos el dolor que sentiremos cuando suceda. Pero su compañía, lealtad y cariño bien merecen la pena.